En la vorágine de acontecimientos de estos días, se hace evidente con singular fuerza la fractura en dos de la sociedad catalana. Si nos atenemos a las etiquetas mediáticas, que conllevan una simplificación inevitable, parecen existir dos grandes bloques especialmente visibles: uno independentista y otro españolista. No es ahora el momento de delinear los matices que sin duda existen. No tenemos espacio y además este breve texto no pretende ser un análisis político, sino de índole geopolítica y geohistórica.
¿Qué queremos decir con esto? Como se ha dicho en un libro reciente, los seres humanos y nuestro devenir histórico somos “prisioneros de la geografía”. Desvelar de qué modo esto es así en diversos contextos y lugares es el objetivo de la geopolítica, un saber que, basado ahora en un sólido conocimiento geográfico e histórico, parece resurgir tras décadas de ostracismo, quizá porque vivimos en un mundo más incierto e inestable que el de la Guerra Fría y la política de bloques.
La perspectiva geopolítica nos permite entender, en primer lugar, que Cataluña es, entre las comunidades autónomas, una de las pocas que puede considerarse, en su totalidad, un país, en el sentido original de la palabra: “territorio, con características geográficas y culturales propias, que puede constituir una entidad política dentro de un Estado” (Diccionario RAE, 23ª edición). Como dijo Pierre Vilar, estamos ante una “mezcla de variedades en circuitos repetidos”, esto es, un conjunto de comarcas netamente diferenciadas, pero bien conectadas, sin que ninguna, salvo algún rincón pirenaico, sea especialmente inaccesible; a ello hay que añadir el desarrollo de una ciudad-capital indiscutible que no es un mero centro de toma de decisiones, sino un agente decisivo en la organización del territorio y en la articulación de las comarcas en un país más amplio.
La idea de Cataluña como país aparece constantemente en el discurso nacionalista, trufada de expresiones como “hacer país”, “construyamos el país” y otras. En realidad, esta visión no es incorrecta, pero sí es incompleta desde un punto de vista geopolítico. Enfatiza una parte de la realidad, mientras que otra, la intensa interacción entre Cataluña y el resto de España, queda oculta a sus ojos, como si no pudiera ser asumida o admitida. Por eso tiene razón el psiquiatra Adolf Tobeña, analista del nacionalismo catalán desde una perspectiva psicobiológica, cuando dice que “una Cataluña independiente sería una Andorra ampliada.”
La Cataluña contemporánea es incomprensible sin su intensa interacción con el resto de España, en el contexto de la configuración de ésta como mercado único y país geográfico en los dos últimos siglos. En este proceso Cataluña encontró en el resto de España su mercado principal, al tiempo que atraía una gran cantidad de inmigrantes procedentes de otras regiones. Es este un proceso que trasciende el plano de las relaciones económicas, pues tiene también implicaciones culturales de primer orden: Cataluña se ha convertido en una compleja sociedad multicultural, donde realmente no puede hablarse de una identidad dominante. En ello encuentra uno de sus fundamentos la repetida apelación a una doble identidad, catalana y española, que caracteriza el discurso no nacionalista dentro de Cataluña, pero también la percepción, en el resto de España, de que ésta dejaría de existir sin Cataluña. Son emociones e intuiciones que tienen un fondo geohistórico verdadero y bien fundado, pues en ellas se toma en consideración y se asumeesta otra faceta de la realidad catalana.
En uno de los poemas que escribió durante la Guerra Civil Antonio Machado se refirió al Madrid entonces asediado como “rompeolas de todas las Españas”. No se equivocaba don Antonio, sólo que, de nuevo, la referencia es incompleta. A pesar del auge del independentismo,Cataluña también ha ostentado, y lo sigue haciendo, esa condición. Ignorar esa realidad no va a hacer que desaparezca.
Juan Vicente Caballero, 19 de octubre de 2017